Cada día al atardecer,
después de una dura jornada
de trabajo acababa en el bar.
¡Una copa! Se decía y luego
a casa con mi mujer.
Promesa vana que se realizaba
a su propio ser,
pues después de la primera,
una segunda y una tercera también.
La barra de aquel bar lo sujetaba
hasta el amanecer.
Mientras ella en casa esperaba
desvelada,
una noche,
y la siguiente también.
Había noches que salía a buscarlo por miedo
a lo que le pudiera suceder,
el alcohol en sus
labios le hacían desmerecer el amor de aquella
gran mujer.
Lo sujetaba del brazo para evitar que se pudiera caer,
las piernas le fallaban y la boca también,
entre insultos y desprecios en la cama lo lograba meter.
─¡Déjame tranquilo! Le gritaba una y otra vez.
─Cuando me muera, le contestaba ella a su vez.
─Pues muérete de una vez.
Por designios del destino o porque llegó su momento,
ella dejó este mundo,
y a él con su tormento.
Ahora él sufre en silencio el dolor de sus palabras,
se le atragantan en el pecho,
le duelen en el alma.
El tiempo transcurre y él sigue recordando,
solo,
triste y sobrio.
Los fantasmas del pasado le acosan despierto o dormido,
sin permitir que sus palabras pasen al olvido.
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Poema perteneciente a mi último poemario «Brotes» publicado en Amazon.
Palabras que se atragantan y se convierten en mazos que golpean el cráneo de por vida…
Muy buenas y tremendas letras!!!
Un fuerte abrazo.