Para ti puedo ser sólo una geisha que espera a que un día llegues sin aviso y te quedes, tal vez un día, tal vez dos. En realidad no sé de tiempos, y menos de los tuyos ya que no me perteneces ni en tiempo, ni en alma, ni en algún rincón del corazón.
Somos como el brote temporal de los cerezos que a la delicada caricia del shakuhachi revienta sus brotes por pocos instantes al año.
Somos el ritmo que danza al compás de las notas febriles del shamisen, confundiéndose con el etéreo canto de las aves
Soy la paz en la que descansas cuando haces pausa y te acercas a mi lecho, en donde arrodillada te miro a los ojos como nadie más lo hace
Soy esa amante que en silencio te brinda su fuego sin preguntas, sin pausa y sin tiempo
Soy la que te espera con paciencia bajo esa máscara blanca que esconde la huella de las lágrimas que brotan mientras aguardo tu llegada
Tú, eres el grito desesperado de tu propia alma que anhela cada instante estar conmigo bajo la indiscreta luz que se esconde dentro de una esfera de blanco papel de arroz
Eres cada uno de los besos que vas dejando bordados en mi piel desde que cruzas el portal, hasta que abandonas mi lecho
Que no te vayas, que nunca más te alejes
Es lo que pido a los dioses cuando enciendo una vara de incienso
Y ofrezco eternas tablillas con tu nombre grabado en mi efusiva plegaria
Mientras me postro ante su divino altar
Cierro los ojos cuando estás conmigo imaginando que es un momento eterno
Cierro los ojos y cae lentamente mi máscara blanca tornándose en piel ardiente y rojiza
al tiempo que en silente rumor va cayendo el kimono rindiéndose ante tus dedos
al tiempo que mi pudor se va venciendo al clamor de tus besos
Soy yo
La geisha que, a ti sin remedio su corazón entregó
Eres tú
El hombre que sin saberlo para siempre
poco a poco se enamoró hasta el infinito, de mí
Somos la belleza del amor, convertido en cerezo fresco que al cielo regala su amorosa luz