A la blancura de tu piel
en la cual Dios recreó toda tu bondad;
y a la dulce miel de tus encantos;
a la casita desolada bordada de hilos blancos;
la ternura de tus tejas
que caminan de soslayo
al sol naranja que en algún momento ha de despertar;
y en la tibieza de tu cuerpo,
adornado por el verde de los árboles,
quienes resisten la nívea nieve de la estación,
bendita por la mano de Dios,
las chimeneas que emanan
el humo trasnochado de leñas ardientes,
como amantes de estación, guardianes
de tu belleza interior,
como páramos de ensoñación
e islas fugaces, así te sueño,
así te veo yo.
Karem Suárez